Copyright

Los escritos de este blog son registrados en el Instituto de Propiedad Intelectual. Todos los Derechos Reservados Ricardo Dávila Díaz Flores © 2007
Conversación III

Al llegar a una nueva encrucijada, en vez de atar las rodillas al suelo e intentar escuchar esas voces que la gente dice que oye cuando reza, nosotros íbamos a la biblioteca. Y allí estaba, esperándonos. Como si él hubiera pasado por esa encrucijada antes que nosotros.

Siempre, sin excepción, sabréis cuál es el buen camino. Porque lleváis dentro una brújula moral que no se equivoca. Esa brújula es la misma en cualquier mujer y hombre del mundo. Y si no tenéis tiempo para mirarla -con unos minutos de reflexión basta- porque la prisa de la vida diaria os asfixia, os compartiré este método para que comprendáis su mecanismo y detectéis más rápido sus señales: Todo aquello que desde el principio no deseáis hacer porque os hace sentir incómodos, pero acabáis haciéndolo porque la mayoría lo hace -normalizar una conducta mala no la hace buena-, o porque es lo más simple -no confundir con lo más sencillo- eso es lo que está mal; y todo aquello que veis hacer a muy pocos, pero  que os motiva, os inspira y cuando lo imitáis os hace sentir orgullosos, eso es lo que está bien. 

Luego tendréis que escoger entre hacer bien o mal vuestro trabajo. Comprended que para hacer las cosas bien hay múltiples caminos. Todos ellos serán siempre los más sencillos, pero también los más difíciles, porque requieren concentración, tiempo e inteligencia, pero una vez recorridos, haréis que el mundo que os rodea, avance. En cambio para hacer las cosas mal, sólo hay un camino: el simple, el fácil, pero una vez concluido, crea complicaciones, y el mundo que os rodea, retrocede o se estanca. Por este camino uno acaba trabajando el doble y entorpece la cadena cuando se trabaja en grupo. El trabajo bien hecho se hace una sola vez y es para siempre, porque crea firmeza. El trabajo mal hecho no acaba de hacerse nunca porque crea vacíos. 

Mi deseo es que ante las diversas posibilidades de hacer las cosas bien, no busquéis la ocasión de hacerlas mal. Pero sé que es muy duro. Así que haced lo que queráis, hijos míos; escoged el camino que queráis, pero por favor jamás neguéis saber cuál era el bueno. Porque hagáis lo que hagáis, a esa brújula no la podréis engañar. 

Fíjese usted que he conocido muchas personas, pero no he sido capaz de encontrar otra mente como la suya. Todas sus ideas, forjadas al calor de una imaginación sin límites, estimulaban cualquiera de nuestros sueños; y en los momentos más críticos, detallaban, con precisión de relojero, cualquier duda hasta dejarla perfilada ante nosotros. Jamás he visto a nadie trabajar así con la inteligencia, como si ésta fuera un instrumento material para cortar, pulir, dar brillo y embellecerlo todo. Mantuvo su mente actualizada y vigente hasta sus últimos días. 

Desde su muerte siento que floto fuera de mi centro, que más que estar en el mundo, gravito en él. Tendrán que pasar algunos años más para integrarlo en mi ser. Para que la metamorfosis se complete. El día que eso suceda, se formará por fin, mi carácter.

En el último día, brillante y con la misma voz de siempre, nos dictó de memoria el número de teléfono de su médico. No, mejor no lo llaméis, porque me va a salvar y ya no quiero que me salve nadie. Sólo ayúdenme a levantarme… Voy a morir de pie. Lo intentamos casi sin esfuerzo porque se levantó solo. Caminó despacio hasta la ventana y nos dijo: Dejadme solo… No me gusta que me vean morir.

Casi al instante de salir de la habitación, sentimos un calambre dentro del cuerpo, no sé si en el alma, pero sentimos un latigazo de electricidad. Vi como mi hermano se doblada igual que yo, vi como sus ojos saltaron hacia delante igual que los míos. 

Entramos y volvimos a recostarlo en la cama. Todavía ahí, eternamente dormido, sus ideas seguían vibrando. Porque a nosotros nos seguían dando pequeños calambres. Chispazos aquí y allá. Lo sé porque mi hermano decía: Se me hace que esto es la energía esa de la que habla la gente, cada vez que un nuevo chispazo lo estremecía.