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Conversación IV (Parte II)

Aquí tiene el agua.

De nada.

Me gusta cuando dice la palabra gracias. La dice como si nadie la hubiera dicho ni escuchado antes. 

En fin… mi padre se inclino hacia delante y con los ojos muy abiertos -tan abiertos que se podía ver el futuro en ellos- siguió hablando.

Pero escúchame bien, todo lo que digo mañana ya no tendrá sentido. Porque todo va a explotar. El gobierno y la iglesia han puesto sobre la mesa del mundo las tres cosas por las que el ser humano se ha peleado siempre: dios, la propiedad y el dinero. Es imposible el banquete de la civilización. Van a desaparecer. También se irán las escuelas, las farmacias, los seguros, los bancos, las empresas… todo habrá de derrumbarse.

Es innegable que todo eso alguna vez brindó fraternidad al mundo, que alguna vez sirvió a la humanidad, pero ahora sólo crea enfrentamiento.

¿Escuchas y ves el ajetreo? Es el estertor de algo que definitivamente desaparecerá. No en una revolución, no en una guerra, desaparecerá muy poco a poco, con la evolución de los años. A la transición sobrevivirán el arte, la ciencia y la tecnología. Las únicas que han demostrado ser capaces de impulsar a la humanidad hacia adelante sin estorbar ni provocar peleas. 

El sentido común, la lógica y la sencillez, están a punto de ganar. La sencillez, que es la semilla de la belleza, crecerá en todo el mundo. Una ola de imaginación y creatividad inundará la humanidad. 

¡Pero si estamos a punto de vivir en la luna! ¿Cuánto de lo que conoces crees que sobrevivirá? ¡Nada! Todo se reorganizará bajo la nueva forma de lo sencillo.

¡Bienvenido, hijo mío a la segunda creación!

La palabra ayudará en esa tarea, habrá que renombrarlo todo, por eso los escritores son importantes. Ya no será gobierno sino servicio. Ya no será Iglesia, sino reflexión El gobernador, el presidente, el senador, serán llamados servidores. ¿Te das cuenta de la diferencia: Gobernador suena importante, servidor suena útil. En la palabra quedarán sellados los cambios. Un cambio de palabra puede cambiar el mundo. No te imaginas lo que las palabras llevan dentro. 

Sigue nombrado a las cosas nuevas, sigue estimulando la imaginación de las personas para que a fuerza de trabajarla se haga realidad. Antes de que existan, las cosas se piensan. La imaginación es el mapa que nos guiará hacia nuevas realidades. 

Y mire que razón tenía mi padre: ya hay gente viviendo en la luna, apenas quedan escuelas, y las iglesias, los congresos, las universidades… ahora son museos. 

Mire cómo nos organizamos ahora, sin nadie que nos robe. Miré cómo aprendemos, sin nadie que nos castigue. Mire todas esas casas que se han levantado con esas impresoras… Todo eso que la humanidad imaginó empieza convertirse en realidad.  Cuando el proceso termine, podremos decir que la imaginación salvó de nuevo al mundo.

En fin… así fue como me hice escritor y escribí todos esos libros que me hicieron importante. ¿Cómo? Sí, claro, puede ser que también haya sido útil. Ojalá. Pero espere usted a que me muera, uno de los errores más grandes de la humanidad es levantar calles y estatuas a personas que siguen vivas. 

Lo importante es que entienda lo que mi padre quiso decir: en la política no hay opción: o se es útil, o se retira uno de ella.  Porque la responsabilidad del político no sólo es cuidar, frente a sí mismo, una fuerte vocación de servicio, sino que debe proteger y cumplir, ante los demás, los deseos- mejor dicho, las ordenes- de todos aquellos que han puesto, en sus manos, las riendas del progreso y el porvenir. 

Por cierto, esa silla en la que está sentada, la imprimí yo.



Conversación IV (Parte I)

Así murió nuestro padre, la persona que más sabía sobre nosotros mismos después de nosotros mismos.

No os empeñéis. Tú no debes ser político, ni tú hermano tampoco. Me dijo un día que fui a verlo a la biblioteca. Él ya estaba allí, esperándome, como si ya lo supiera…

¿Te acuerdas de aquellas conferencias y coloquios que organizabas para concientizar a la gente sobre el daño que producía la basura en la calle? Anduviste por todo el país. Conseguiste a los mejores para hablar sobre el tema. “Por un mundo sin basura”. Pero en todo ese tiempo fuiste incapaz de bajarte del coche y recogerla tu mismo. ¿Te das cuenta? Sin duda eras importante para la sociedad, un gran ejemplo. Todos esos reportajes y esas cartas de apoyo que llegaban a casa. Todos esos discursos que millones de manos aplaudieron. Todos esos ensayos que millones de instituciones premiaron. Pero no eras útil. ¿Te das cuenta de la diferencia? No necesitamos más políticos que vean, señalen y hablen del problema de la basura. Necesitamos políticos que la recojan. Sé que ya lo has entendido pero déjame subrayarte que en la política no necesitamos gente importante, sino útil. Por eso te aconsejé que dedicaras tú energía en algo en lo que que pudieras ser importante sin la obligación de ser útil. Y te hiciste escritor. Y tu hermano empresario. Bien por los dos. Así no arruinaron más el mundo. Al contrario, lo hicieron mejor. 

Tú hermano en la política habría pensado que los países son empresas. Hoy estaría orquestando el desastre junto a esos otros políticos que se han empeñado en desterrar de la economía el elemento humano. Y tratando de recordar las palabras exactas que Alfonso Reyes ofreció en la Homilía por la Cultura en la que estuve presente, ese empeño arruina sociedades y entristece a los individuos; porque no se puede buscar equilibrio moral en un estrecho pasillo de fórmulas técnicas sin abrir las ventanas a la circulación de las corrientes espirituales. Este mal afecta a la felicidad, al bienestar y a la misma economía. Cuando los especialistas pierden de vista el conjunto de los fines humanos producen aberraciones políticas y labran su desgracia y la de los suyos.

A tú hermano le gusta el poder, pero el que se labra y se usa en beneficio propio ¡Y que cada uno use su poder para lo que le dé la gana! Siempre habrá buenos y malos. Mientras lo sean con autenticidad, el mundo seguirá adelante. Pero el poder del político es distinto. Su uso no está sujeto a las ganas ni a los deseos personales. Debe usarse para el bien común.

Fíjate que bueno sería si en vez de ahogar a la democracia en ideas, la dejáramos respirar en su sencillo mecanismo: El ciudadano escoge y vota a su candidato. El elegido, a través de esos votos, recibe la autoridad para ejercer el poder de sus votantes en beneficio de ellos. -¿Te das cuenta de que lo que realmente posee un político no es poder, sino autoridad para ejercer un poder que no es suyo?- Tras las elecciones, el ciudadano y el servidor público deben continuar trabajando juntos; y una vez más, la fórmula, por más gafas y libros que pongan en medio, sigue siendo sencilla: Bajo el marco de las leyes vigentes, los ciudadanos pagan impuestos y los servidores públicos los invierten y distribuyen con eficacia. Al mismo tiempo, mientras se da ese intercambio, el servidor público debe facilitar al ciudadano la posibilidad de generar más dinero a través de exenciones o ventajas fiscales para incentivar la creación de nuevos negocios, empresas, actividades económicas. En ese ambiente próspero, el servidor público debe invertir sabiamente los impuestos, para generar escuelas con mejor educación, leyes más lógicas, calles más resistentes, autobuses más limpios, carreteras más largas, vivienda para todos y unas instituciones de lujo. Esto es la democracia, hijo mío. Todo lo demás estorba. Todo eso de las ideologías y las teorías políticas. Porque yo sólo veo una manera de crear escuelas, de pavimentar las calles, de respetar el medio ambiente, de poner agua, luz y gas en todas las casas… y no es la manera de la izquierda, ni la manera de la derecha, sino la manera de lo razonable y del sentido común. Esa es la única manera de atravesar el mal para llegar al bien sin complicaciones ni conflictos.

Entonces, si todo es tan sencillo, ¿cuándo se complica? Cuando la mayoría desconoce la fórmula y deja inocentemente todo el peso en una minoría impotente, o cuando la mayoría, conociendo la fórmula, la desobedece, dejando descaradamente todo el peso en una minoría harta y furiosa. En los países poco civilizados donde el riego de la educación no llega a todos, se da el primer caso. En los países civilizados se da el segundo. 

Para que la balanza esté nivelada tiene que haber el mismo peso en ambos platos. Si por un lado la mayoría de políticos roba los impuestos que pagan la minoría de los ciudadanos, y por otro la mayoría de ciudadanos que no paga impuestos impide a la minoría de políticos trabajar, el peso de la balanza se inclina hacia el desastre. Y si en medio del derrumbamiento, en vez de comprender la democracia y dejarla vivir de una vez en el mundo, se prefiere parlotear sobre ella -como si el pájaro dedicara la vida hablando del vuelo en vez de abrir las alas y volar- entonces la vida se pone en pausa y es imposible avanzar.

Permítame señorita ir al baño. ¿Quiere que le traiga algo? ¿Agua? Bien.


Ahora vuelvo.
Conversación III

Al llegar a una nueva encrucijada, en vez de atar las rodillas al suelo e intentar escuchar esas voces que la gente dice que oye cuando reza, nosotros íbamos a la biblioteca. Y allí estaba, esperándonos. Como si él hubiera pasado por esa encrucijada antes que nosotros.

Siempre, sin excepción, sabréis cuál es el buen camino. Porque lleváis dentro una brújula moral que no se equivoca. Esa brújula es la misma en cualquier mujer y hombre del mundo. Y si no tenéis tiempo para mirarla -con unos minutos de reflexión basta- porque la prisa de la vida diaria os asfixia, os compartiré este método para que comprendáis su mecanismo y detectéis más rápido sus señales: Todo aquello que desde el principio no deseáis hacer porque os hace sentir incómodos, pero acabáis haciéndolo porque la mayoría lo hace -normalizar una conducta mala no la hace buena-, o porque es lo más simple -no confundir con lo más sencillo- eso es lo que está mal; y todo aquello que veis hacer a muy pocos, pero  que os motiva, os inspira y cuando lo imitáis os hace sentir orgullosos, eso es lo que está bien. 

Luego tendréis que escoger entre hacer bien o mal vuestro trabajo. Comprended que para hacer las cosas bien hay múltiples caminos. Todos ellos serán siempre los más sencillos, pero también los más difíciles, porque requieren concentración, tiempo e inteligencia, pero una vez recorridos, haréis que el mundo que os rodea, avance. En cambio para hacer las cosas mal, sólo hay un camino: el simple, el fácil, pero una vez concluido, crea complicaciones, y el mundo que os rodea, retrocede o se estanca. Por este camino uno acaba trabajando el doble y entorpece la cadena cuando se trabaja en grupo. El trabajo bien hecho se hace una sola vez y es para siempre, porque crea firmeza. El trabajo mal hecho no acaba de hacerse nunca porque crea vacíos. 

Mi deseo es que ante las diversas posibilidades de hacer las cosas bien, no busquéis la ocasión de hacerlas mal. Pero sé que es muy duro. Así que haced lo que queráis, hijos míos; escoged el camino que queráis, pero por favor jamás neguéis saber cuál era el bueno. Porque hagáis lo que hagáis, a esa brújula no la podréis engañar. 

Fíjese usted que he conocido muchas personas, pero no he sido capaz de encontrar otra mente como la suya. Todas sus ideas, forjadas al calor de una imaginación sin límites, estimulaban cualquiera de nuestros sueños; y en los momentos más críticos, detallaban, con precisión de relojero, cualquier duda hasta dejarla perfilada ante nosotros. Jamás he visto a nadie trabajar así con la inteligencia, como si ésta fuera un instrumento material para cortar, pulir, dar brillo y embellecerlo todo. Mantuvo su mente actualizada y vigente hasta sus últimos días. 

Desde su muerte siento que floto fuera de mi centro, que más que estar en el mundo, gravito en él. Tendrán que pasar algunos años más para integrarlo en mi ser. Para que la metamorfosis se complete. El día que eso suceda, se formará por fin, mi carácter.

En el último día, brillante y con la misma voz de siempre, nos dictó de memoria el número de teléfono de su médico. No, mejor no lo llaméis, porque me va a salvar y ya no quiero que me salve nadie. Sólo ayúdenme a levantarme… Voy a morir de pie. Lo intentamos casi sin esfuerzo porque se levantó solo. Caminó despacio hasta la ventana y nos dijo: Dejadme solo… No me gusta que me vean morir.

Casi al instante de salir de la habitación, sentimos un calambre dentro del cuerpo, no sé si en el alma, pero sentimos un latigazo de electricidad. Vi como mi hermano se doblada igual que yo, vi como sus ojos saltaron hacia delante igual que los míos. 

Entramos y volvimos a recostarlo en la cama. Todavía ahí, eternamente dormido, sus ideas seguían vibrando. Porque a nosotros nos seguían dando pequeños calambres. Chispazos aquí y allá. Lo sé porque mi hermano decía: Se me hace que esto es la energía esa de la que habla la gente, cada vez que un nuevo chispazo lo estremecía.

Conversación II

Usted no deja de mirar esa puerta… como si la hubieran labrado los fantasmas. La mira como se queda uno mirando el techo de la habitación al despertar por la mañana.

¿Cómo la encontró? Si ya no hay nadie por aquí. Mire la tierra, parece un pico de gallina al sol, seco y sediento. Callado. Antes escogía palabras, que cuando el viento o el agua las arrastraban, le crecían cosas verdes que se enredaban abajo. Si remueve descubrirá esas raíces.

Apareció luego de una lluvia que duró siete años. La lluvia asusta a los que no saben que sólo es agua, y a los que lo saben, francamente no sé porque los asusta. El caso es que todos corrieron a esconderse. Chocaban unos contra otros, y cuando era inevitable la caída, siempre pudieron agarrarse a algo: a la izquierda, a la derecha; a la iglesia o al diablo. A cualquier cosa que creara guerras. Pero nunca pudieron estar solos. Por eso van viviendo como pueden. Yo no. Yo soy libre, y si me caigo, me caigo. Por eso no me caigo. ¿Le digo un secreto para no caerse? No lleve peso.

Ellos comenzaron a estudiar. Sin llegar al fondo de lo que estudiaban comenzaron a decir frases que no eran suyas. Encontraron que podían intercambiar conciencias para llegar más fácil a las salidas, y lo hicieron. A mí no me dio la gana complicar nada. Me aferré únicamente al pensamiento que invocaba cuando ya no había nadie -Ah, las palabras de aquella tierra-. Con eso forjé mi carácter.

A ellos los felicitaron por madurar y a mí me fueron dejando solo. Pero ahora que los años se amontonan sobre ellos y sobre mí no se amontona nada, puedo asegurarle que no habían madurado, más bien se habían rendido. Pero utilizando uno de esos trucos, a los que cada vez se acostumbraron más, cambiaron la palabra y lo celebraron entre aplausos ensordecedores. Algunos murieron sin escuchar nada más.

Pero le decía que llovía, y ahora que sabe que la lluvia no tiene nada que ver con la tristeza y que a mí no me asusta, le cuento que me quedé mirando hacia arriba con la lengua fuera. Así durante siete años. Cuando sentí que no me caía más agua abrí los ojos y ahí estaba, delante de mí. La puerta. La miré igualito que usted la mira ahora porque antes no estaba y de repente la tenía delante.

Nadie se atrevía a mirarla. Tenían miedo. Decían que al abrirla uno se encontraba dudas. ¿Para qué abrirla entonces? Se acostumbraron a estar lejos de ella y vivieron normalmente tristes.

Pero un buen día… abrieron la puerta. ¿Sabe lo que hallaron detrás? Un mapa. Y en el fondo, muy lejos, otra puerta. También la abrieron. Encontraron otro mapa, y más allá… otra puerta, otro mapa.

Fui yo el que la abrió. Y desde ese día las abro todas.

Conversación I

Usted apareció en mi casa con ese libro: La brújula equivocada. Ese libro que usted leyó y que yo nunca escribí. Ese libro que usted quería que yo le dedicara. Yo preferí estrechar su mano. Porque usted parecía el mar y el mar sólo llega por milagro.

¿Por qué quiere hablar conmigo? ¿Por qué quiere publicar nuestras conversaciones?

Yo no tengo ningún misterio, ni mojo la pluma en veneno, ni me inspira lo que me deprime o angustia. Usted sabe que escribo a partir de vivencias que me son gratas. ¿Qué interés puede tener lo que yo escriba, si sólo me interesa lo bello y lo bueno? ¿Qué quiere de mí si estas cosas no interesan a nadie, si nadie lee mis palabras, salvo usted, que leyó ese libro?

Tampoco mi persona interesa. Usted sabe que no escribo en esos sitios. Ni voy por la calle vestido así. Usted sabe que escribo en la madrugada, de seis a ocho y que el resto del día me dedico a pensar. ¿Qué puede interesar de mí si todo lo que hay en mí no parece interesante? ¿Vio la entrevista del asesino de mujeres? Claro, todo el mundo la vio, porque eso sí parece interesante. ¿De verdad cree que pueda interesar lo que diga un hombre que las ama, como yo?

Para los demás soy aburrido, pero usted se levanta y es como si se levantara una ola. Usted es diferente. Me recuerda a la rebeldía que no grita nada en nombre de nada. Usted no se disfraza. Usted es agua. Usted es igual a esa persona que conozco. 

¿Y qué quiere hacer? ¿Publicarlas a diario? ¿Para qué? ¿Para qué tanta información? ¿Por qué tanta prisa en pasear opiniones mientras os hacéis fotos a vosotros mismos? No os dais cuenta que en realidad las opiniones son las que os pasean a vosotros y que esas fotos son la correa que os lleva. ¿A dónde queréis ir? ¿Qué buscáis? ¿En serio creéis que la verdad viaja en esos trenes que van sólo de pasada?

Usted siempre está nerviosa. Deje de tomar notas y escúcheme. Guarde eso. Usted siempre está nerviosa. ¿Por qué? ¿A dónde va? Voy a conversar con usted todo lo que quiera porque usted es distinta. Pero no será todos los días, ni siquiera todas las semanas, sino cuando ambos pensemos un buen tema y lo reflexionemos. No podemos generar más ansiedad en el mundo. ¿Tenemos que estar presentes en dónde? ¿De qué me habla? Todo el día pegados a esos aparatos mientras caminan, mientras hacen deporte, mientras comen, mientras aman. ¿No se da cuenta que nosotros podemos hacerlo de otra manera? Nosotros vamos a reflexionar. ¿Quiere seguir? Bien.

Vamos a conversar. Porque si usted me pide conversar habrá conversación. Porque jamás me han mirado como si me mirara el mar. Porque cuando usted me pide algo yo lo cumplo, de la misma forma en que usted cumple cuando yo le pido algo. Porque usted podría ser yo, y yo podría ser usted, y ambos podríamos ser esa otra persona que francamente ya no sé si nos lee o nos está escribiendo.